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Del Cine Arte de San Marcos


Beethoven, Monstruo Inmortal: Regreso al hombre

comenta VÍCTOR MIGUEL SÁENZ

La capacidad de percepción del hombre nos limita a un número reducido de experiencias. Existen así procesos y fenómenos en la naturaleza de los que tenemos conocimiento sólo en teoría, o de manera referencial por aquellas partes del “todo” a las que tenemos acceso.

A lo largo de la historia encontramos constantes luchas en el ser humano por trascender estas limitaciones, ya no solo de percepción sino además de comprensión de ese todo. Se trata del eterno intento del hombre de romper la soledad de su ser, abrazándose a la conciencia de que es parte de algo más importante que él mismo en su sola existencia. Y en esa búsqueda perpetua es que avanza la civilización, en la creación de instrumentos que nos permitan, no solo una vida más extensa y plena de satisfacciones respecto a nuestras necesidades inmediatas, sino también una mejor captación y comprensión de lo que somos y de nuestra circunstancia. En ese sentido es que desarrollamos la filosofía, el arte, la ciencia y la técnica.

Y en ese mismo sentido, valorando nuestros logros en esa batalla histórica, es que llenamos páginas en nuestros libros para recordar y enaltecer a aquellos de nuestros congéneres quienes logran, siquiera momentáneamente –o ilusoriamente-, romper la brecha que nos separa de la universalidad.

Uno de esos casos es el de Ludwig Van Beethoven, notable compositor alemán, a cuya vida nos pretende acercar la película de Agnieszka Holland, Beethoven, Monstruo Inmortal (Copying Beethoven, 2006).

El argumento del filme es una historia ficticia que aborda la última etapa de la vida del músico, a partir de los días previos al estreno de la Novena Sinfonía. Entendamos entonces que no se trata de un registro detallado de su carrera ni de los hechos más saltantes de su vida, sino de una exploración, un acercamiento a la figura de Beethoven (Ed Harris) y a lo que –en todo caso- la directora entiende subyace bajo la imagen de su mentada monstruosidad.

El método para ese acercamiento es sencillo: un joven, músico también (lo que nos da un punto de partida para involucrarnos en el proceso creativo del genio) que llega a la vida de La Bestia justo en el momento en que prepara una de sus obras maestras. Pero demosle un elemento dramático a este acercamiento, que el joven músico sea mujer: Anna Holtz (Diane Kruger), y no solo que sea joven y atractiva, sino que además tenga y proyecte autodeterminación, para que las tensiones que todas estas características generen ayuden a retratar una época, y nos acerquen de una manera interesante al hombre.

Ahora bien, todo buen relato debe tener, como mandan los cánones de quienes escriben relatos, un elemento de conflicto que propicie el desenvolvimiento de los personajes, que desencadene los hechos a relatarse y que sirva para generar en los protagonistas un cambio al final.

Dejamos establecido que el propósito de este largometraje es un acercamiento al ser trascendente de Beethoven. Explotar la tensión sexual entre los dos protagonistas y orientar la historia hacia la consumación de esa apetencia, nos alejaría de ese propósito y sería, por otra parte, mezquino.

El conflicto ha de ser otro, un poco menos mundano: la incomunicación entre el genio y su entorno, donde Anna Holtz es a su vez catalizador y vía de escape. Catalizador en tanto que ella, si bien muestra cierta afinidad con el maestro, no es capaz por sí misma de entender por completo el rumbo que sigue su proceso creador (¿Hacía donde va él insistiendo en la composición de obras que otros encuentran simplemente de mal gusto?); y vía de escape porque, precisamente en base a esa afinidad, al entendimiento que tiene de la actividad que desarrolla, y por sus virtudes propias, será ella quien motive al incomprendido artista a reencontrarse con el mundo, y dejarnos en legado el alcance de su comprensión de ese “todo” al que aludimos en un comienzo.


Describimos hasta aquí una obra muy distinta a las demás en intención comunicante, altamente recomendable además. Pero entre intención comunicante y resultado final hay generalmente diferencias que elevan o reducen la calidad del producto. ¿Encontramos esas diferencias en este filme? Sí. ¿La calidad del largometraje decae con esas diferencias? En parte.

La meta que persigue toda producción audiovisual proyectada en un écran es generar una reacción en el público espectador. No solamente entre un grupo selecto; mucho menos para gusto solo del realizador (cosa que recuerdo decía muy orondo un director peruano, consumado artista del celuloide, de tanta relevancia en la cinematografía nacional como su sagaz afirmación “yo hago películas sólo para mí”).

Para alcanzar esta meta, generar la reacción deseada, el realizador se vale de recursos tanto en el desarrollo de la historia como en la exposición audiovisual de la misma. Parte de estos recursos se consolidan en el entramado de la historia central con anécdotas que la revitalizan a todo lo largo del filme.

La historia del sobrino, Karl (Joe Anderson), parte importante en la vida de Beethoven, entra a tallar en el filme como elemento referencial al desencuentro del protagonista con el mundo. El conflicto acá, nacido de la imposibilidad del compositor de conectar sus ideales con la realidad, le llevan a la imposición de su criterio aún por encima de la voluntad de su sobrino, a quien ama. Tremenda es la potencia dramática de esta historia, que podría ser tema de una película aparte, incluso. Y sin embargo su exposición y conclusión es tan débil, que bien podría ser eliminada toda esa parte de la historia sin mayores consecuencias. Y en una obra que se pretenda de calidad, lo que no aporta, estorba.

Por otro lado, no se puede uno lamentar, como por ahí ha hecho alguno, de que no se pudiera incluir la Novena Sinfonía completa en la parte correspondiente al estreno. A fuerza de no cansar al espectador, es necesario hacer una selección de las partes a mostrar. Entra aquí la mano y el ojo del realizador para construir un momento de clímax audiovisual con retazos de una obra maestra. Tarea de gran complejidad, por cierto, llevada a cabo con poca fortuna, a mí entender.

Holland nos entrega un conflicto válidamente expuesto (y verídico además): la casi total sordera de Beethoven no le va a permitir dirigir la orquesta en el estreno, como es su voluntad (cosa que efectivamente hizo en el estreno de la Séptima Sinfonía, con tristes resultados; anécdota sacada de su contexto para enriquecer la trama). El problema no es la anécdota, sino la manera de contarla en imágenes. La música, con toda su belleza, no es -como debería- un elemento de la historia; es un marco al vínculo entre maestro y discípula, vínculo que a su vez se deja de apreciar con corrección cuando los protagonistas se dejan llevar y caen en gestos sobreactuados para dar realce a la ejecución de la sinfonía; y, al final, marco y anécdota compiten regalándose protagonismo el uno al otro, haciendo de una escena que pudo ser sublime un momento que no termina de cuajar nunca.

Magistral, en cambio, la escena en que el maestro, ya enfermo, dicta a la copista las notas de su siguiente obra, y nos transmite la belleza de la pieza en creación y, más aún, la belleza de un proceso que no cierra pues no existen notas para codificar lo que el artista expresa y, sin embargo, alcanzamos a comprender.

En la complicidad de ese trabajo conjunto de Beethoven y Holtz entramos en contacto con el artista y el filme cumple entonces con su objetivo.

Casi tan constante como la búsqueda del hombre de una mayor comprensión de su naturaleza en todo sentido, hallamos un fenómeno que ocurre con aquellos que logran acercarse un poco más a esta meta, y que es inverso al reconocimiento, exaltación y recordación señalados. Quienes en determinado momento logran elevarse un poco más que los demás, obtienen como contraparte al nivel alcanzado, la incomprensión de aquellos quienes quedamos por debajo; y son entonces rechazados, y los calificamos de locos, retrasados, herejes, monstruos o bestias, etiquetas que el paso del tiempo se encargará de borrar.

Quedan, sin embargo, a menudo, a pesar del buen recuerdo y el homenaje posterior, con el estigma de inaccesibles para quienes nos resignamos a no mirar más allá.

Agnieszka Holland nos regala en estos 103 minutos de exploración la esencia de un ser humano trascendental. Su película, sin ser perfecta, nos permite elevarnos un poco más y nos devuelve al hombre.
[+/-] Sigue Leyendo...


TITULO ORIGINAL: Copying Beethoven
AÑO: 2006
DIRECTOR: Agnieszka Holland
PAÍS: EE.UU. - Inglaterra - Hungría
DURACIÓN: 104 min.
REPARTO: Ed Harris, Diane Kruger
CALIFICACIÓN BUTACAenlinea: 4/5 (Recomendable)




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1 Comentarios para “Beethoven, Monstruo Inmortal: Regreso al hombre”

  1. # Anonymous Anónimo

    Vi la película y me pareció espectacular, la capacidad para captar la escencia de Beethoven y la magistral interpretación de la novena sinfonía  

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