Si un filme preparado concientemente en todas sus etapas llega al público preseleccionado, se mantiene las suficientes semanas en cartelera compitiendo con otras producciones –en nuestro país con pantalla en contra cubierta por algunos éxitos comerciales y bodrios de la industria USA– y logra, a pesar del reto y las consabidas dificultades en la exhibición, no solo recuperar el capital invertido sino doblarlo o triplicarlo, entonces estaremos hablando de un rotundo éxito y posiblemente de un milagro, en vista de la pobre realidad productiva y expresiva actual de nuestro cine.
Una sombra al frente de
Augusto Tamayo no es la excepción en esta realidad, así como ninguna de las últimas películas peruanas de los últimos años, salvo dos buenos filmes que serían la excepción de la regla,
Días de Santiago y el controvertido
Madeinusa, en cuanto a propuesta, pero que sin embargo no pasaron las cinco o seis semanas mínimas rentables, es decir no llegaron al publico mayoritario, lo que evidencia otra de las carencias de nuestro cine.
Planteemos algunas preguntas surgidas en los medios para el caso de
Una sombra al frente: ¿Por qué no duró ni tres semanas en el circuito escogido, salvo por una semana más en la sala de un multicine miraflorino? Esta pregunta nos confronta con la ya conocida problemática en la exhibición, además del nivel de la producción y sus resultados en el mercado. ¿Que tuvo una mala crítica? No es cierto, en su mayoría fue justa y transparente, sobre todo la abundante y actual mediática y culta crítica joven, esclareció desde diversos ángulos y posiciones sus deficiencias, incongruencias y pocos aciertos.
¿Que no pudo competir con las
Majors? Pues sí, no esta a la altura como producto comercial. ¿Que no fue entendida ni aceptada por el publico? No es cierto, este comprendió rápidamente de lo que se trataba, no fue aceptada no solo a juzgar por el bajo boletaje, no lo fue por lo inverosímil del planteamiento actoral, además de una puesta en escena aburrida y pretenciosa, carente de interés para este actual público mayoritario limeño saturado por un lenguaje fílmico moderno y a la vez comercial, ni que decir para un supuesto público del futuro, salvo quizás excepciones minoritarias por supuesto en segmentos
clasemedieros en Lima, siguiendo en cuanto a gustos la propuesta conservadora, retórica y rimbombante del filme.
¿Que es una segunda película del director, y que, bueno, hay que ser condescendientes como se pregona por ahí desde hace décadas? No es posible, lo que antes era factible para alguna critica por los inicios de la ley 19327 a estas alturas es una posición paternalista, complaciente, sin sentido, menos en esta era de las comunicaciones y en pleno neoliberalismo.
El filme de Tamayo adolece de todo lo necesario para ser un buen producto audiovisual de mercado y ni qué hablar como obra personal o de autor, ya que simplemente no innova ni altera en lo más mínimo las propuestas cinematográficas actuales del cine peruano. Ni qué decir por supuesto como realización frente a las exigencias de una nueva pantalla, por no decir de un nuevo cine, puesto que el asunto va más allá de la fotografía, del audio, del escenario, de las locaciones o de la paisajeada época presentada.
Es evidente el sello profesional de los responsables técnicos, imagen y audio –y no están en cuestión a pesar de desenfoques y problemas de iluminación en algunas tomas–, el asunto se centra en la puesta en escena, es decir, además de los otros muchos elementos, en la actuación y en la construcción de los personajes, en el corazón mismo del proceso técnico artístico del filme, en la esencia y el fuego creador, si es que existe, del realizador además de lo que llamamos “calle” y experiencia profesional que transmite, si así fuera, una visión además de profunda única, ya que no es lo mismo trabajar con estructuras televisivas melodramáticas fijas, es decir miniseries, telenovelas o comerciales que crear una obra cinematográfica.
Una sombra al frente siendo una película cara para el medio, financiada con mucho esfuerzo en partes, realizada de la misma manera, desperdicia la oportunidad del realizador de contarnos cinematográficamente, libremente por supuesto, la novela
Una sola sombra al frente del investigador literario peruano
Augusto Tamayo Vargas, padre del realizador, al engolosinarse gratuitamente, manieristamente en la ambientación, asentando el peso de esta en menoscabo de los otros mecanismos del filme como el manejo y actuación de los actores, además del manejo de la trama y de cómo contar la historia.
Carece no solo en su propuesta dramática de los elementos necesarios que estructuran un filme que quiere llegar a su público –y no estamos hablando de fórmula ni recetas, que ya es un albur–, sino que no trasciende la anécdota, no profundiza la premisa planteada en el desarrollo del conflicto urdido, el camino del protagonista de priorizar sus ideales para llevar a cabo sus sueños, perdiendo el personaje de Diego Bertie certeza al dejar “olvidadas” sus reacciones emocionales, sociales, vivenciales, tras una maácara inverosímil, que no representa ni por asomo la natural reacción del propio personaje en la realidad (epocal) planteada tanto de él como de los otros personajes.
Las relaciones entre estos y las respuestas adecuadas a la trama desarrollada son poco verosímiles, lo que desarticula la premisa que intenta teóricamente plantear a través del ingeniero Enrique Aet (Diego Bertie), aristócrata de comienzos del siglo XX, pionero constructor de carreteras entre Lima y la Selva, quien pospone sus deseos de enamorarse o de posicionarse como un próspero burgués de la época con tal de perseguir sus sueños, un Perú moderno y en desarrollo.
El cine es, entre otras virtudes, movimiento, acción, y para este caso un compromiso con la realidad expuesta, no solo se concreta o se construye el sentido de la película con un supuesto virtuosismo fotográfico o de ambientación, por el contrario se complementa a este una concepción audiovisual que sustenta el drama planteado en base a ritmo, los diálogos y el poder de verosimilitud de los personajes resolviendo sus propios conflictos y los planteados en la línea dramática entre ellos mismos, en la época y el tiempo en el que se desenvuelven. La acción debe fluir certera y libremente en el desarrollo de la línea dramática a través de la puesta y la interpretación de los actores.
Si estos presentan los personajes con verosimilitud, carisma, talento, verdad en los diálogos, conseguirán la fuerza expresiva necesaria, lo que no sucede en la película de Tamayo, ya que se confunde manierismo y acartonamiento, presentándose las escenas, sobre todo las de Diego Bertie, casi digamos dignas de un teatro “decadente” sobreactuado por lo inexpresivo, la ambientación se sustenta en el manido recurso de una fotografía “detenida” lo que perjudica la fluidez secuencial, aunado a esto la ya mencionada inexpresividad del personaje y su distanciamiento actoral mal aprovechado.
El desarrollo dramático circundante es causal, hay perdida de continuidad en la relación sustentada a través de los diálogos entre los personajes debido no solo a su inexpresividad sino a la normal y supuesta reacción que deberían tener de acuerdo a las circunstancias presentadas en la trama, el ingeniero Aet no reacciona ante las propuestas y estímulos de la novia, menos ante las exigencias sociales y demás del medio. Novia interpretada solventemente por Vanessa Saba, abandonada sin justificación alguna a juzgar por los diálogos y las acciones presentadas lo que afecta la trama y, si bien la actriz demuestra sensibilidad y recursos sus secuencias, se pierden ante la inexpresividad y el “acartonamiento” actoral del protagonista, al olvidar él o el director que los diálogos, incluido el silencio, no solo dicen sino entredicen y obviamente no dicen o dicen mucho.
El staff de actores –Carlos Carlín (villano), Paul Vega (fiel amigo) y Gonzalo Molina (hermano del protagonista)– somete su trabajo a una dirección de actores y una puesta en escena que, dicho del mejor modo, fue superada desde los años de la post Segunda Guerra Mundial con las primeras propuestas del neorrealismo italiano y las ulteriores rupturas de las vanguardias cinematográficas, y ni qué decir de la creatividad y ruptura de los nuevos cines de fin de siglo XX en Europa y América Latina, y mucho menos si de competitividad se quiere hablar en la lucha por un espacio en nuestro propio cine con una distribución y exhibición copada, como sabemos, por algunos excelentes productos de mercado.
Una sombra al frente no retrata una época, menos reflexiona sobre ella. Esta lejos de ser una conciencia crítica o ideológica sobre esos tiempos, ni mucho menos el ensalzamiento de un pionero o el deslumbramiento del individualismo como regla para realizarse en la sociedad.
Si se tiene la ingenua intención de participar con esta producción “imitante” de algún resquicio del gran mercado, representándonos en su ya desgastado premio “Oscar” a la producción extranjera o en otros espacios europeos, francamente, como dice Sebastián Pimentel, esperaremos sentados con una sonrisa.[+/-] Sigue Leyendo...